lunes, 7 de junio de 2010

Puro cuento

Érase un reino donde los Reyes sólo existían en los nombres de algunas calles y de algunas delegaciones, no existían caballeros con escudo y armadura; en este reino, ellos cedían su lugar a las mujeres embarazadas o a las personas de la tercera edad, pagaban las cuentas a su damisela y mesuraban su lenguaje en presencia de los niños.

Existían las damas, aunque algunas ostentaban el título sin necesariamente practicarlo.

En este reino, los bufones tenían importantes cargos políticos y los consejeros traían credenciales de Prensa de televisoras y disfrazaban las imprudencias de los bufones desviando la atención del pueblo inventando dragones llamados Chupacabras, influenza, Cabañas o Paulette.

En el fondo, era como todos los reinos, los verdugos eran inclementes, destazaban a las personas difundiendo rumores, algunos de ellos corrían como pólvora e incluso los más sanguinarios, sustituyeron sus hachas y guillotinas por redes sociales.

Es en este entorno en el que se desenvuelve la historia de un niño que se preparaba para ser un príncipe. Él creía firmemente en que el cargo podría ganárselo a pulso; al no pertenecer a una familia aristócrata, el primer eslabón para lograrlo era la dedicación, buenas notas que lo llevaran al desayuno anual con el Bufón mayor y participación en las actividades de lucimiento social, tales como los congresos estudiantiles y declamaciones hacia Benito Juárez en los lunes de homenaje.

El futuro príncipe creció para ceder una y otra vez su trono real ante los príncipes de los feudos vecinos, con menor talento, calificaciones mediocres pero con papás mejor relacionados con los que repartían los tronos.

La imposición si existía, la opinión pública era el cuento más popular para poner a dormir al pueblo, incluso en su mayoría, creían tanto en su poder del pueblo como un niño en Santa Claus.

El príncipe que el mundo esperaba trabajó arduamente aún cuando los villanos secuestraron su escuela, descubrió que todo monarca necesita aliarse a un clan y se unió al “del sol”. Su trono lo aguardaba, sólo tenía que esperar a que el Príncipe Juanito desocupara la silla que sería para la marquesa Carla l y que a la postre le pertenecería a él, en tanto sus grandes convicciones no atentaran contra los principios del clan.

Mientras el heredero del mañana espera, recorre la ciudad en un Tsuru II del año 94 que le renta al propietario de un sitio, se niega a alterar su taxímetro pues su ética es digna de la realeza. El Bufón jefe de gobierno le ha hecho pintar la unidad en repetidas ocasiones olvidándose que nuestro eventual consorte le dio su voto con la esperanza de haber escogido al mejor representante para el pueblo.
Ocasionalmente, tiene que claudicar a sus valores para que los guardias no se lleven su unidad a las mazmorras.

EL príncipe conduce feliz, sabe que no hay mejor forma de entender al pueblo que viniendo del pueblo. Hace campaña personalizada con cada uno de sus pasajeros, quienes no ponen en duda su estirpe real, le agradecen el viaje mientras él se despide diciéndoles:

No lo olvide, en el 2024 su voto contará.

Hugón Castillo,
Re cuentista.